Todo comenzó con el año nuevo. En esta ocasión, en lugar de formular el largo listado propósitos siempre finalmente incumplidos de cada año, opté por una única opción:
Considerando que el pasado 1 de agosto mi cuenta del banco dejó de recibir “la letra” del piso que cada mes puntualmente la dejaba temblando, decidí que tras trece años, las paredes de éste se merecían una mano de pintura, y opté por dársela.
La primera duda fue ¿dársela o que se la den?. Contacté con mis colegas mas cercan@s y tod@s ell@s coincidieron en lo mismo: que si dásela tu, que para qué te vas a gastar los cuartos, que si yo te echo una mano, que si yo lo hice y es cuestión de un pis-pás... frases todas ellas que, lejos de lograr su propósito, me colocaron justo en el lugar opuesto y busqué la ayuda de un profesional.
El profesional apareció en el presente día -3. Vino a casa, le comenté mi intención de pintar el piso en blanco, respetando el gotelé preexistente. Le insistí en que las paredes estaban intactas, solo con las señas del paso de los últimos trece años, y que el color blanco sería el adecuado para paredes y techos. El fingía escucharme mientras le decía todo esto, y se dedicaba a escudriñar cada rincón del piso: El recibidor, el cuarto de aseo, la cocina... ahí empezó, como si nada, a decirme ¿has visto esta baldosa? (una raja imperceptible la atravesaba longitudinalmente) te la cambiaré sin coste adicional y quedará perfecto.
Me gustó la idea y el detalle, sin saber que todo esto formaba parte de una trama perfectamente urdida:
Siguió pasando revista: habitación pequeña, habitación grande y al salir, rascándose la cabeza como quien no quiere la cosa dice con voz muy queda: si unes estas dos habitaciones, tirando el tabique y haciendo un arco en el centro te haría ganar espacio, luz... Yo ni caso, y seguimos viendo el estado de la cuestión. Llegamos al estudio: allí estaba mi colección de radios y discos ocupando una pared de ocho metros de longitud
Cuando la miró, vio la luz, pero como hacía la protagonista de Las mil y una noches cuando el día clareaba, discreto como era, se calló.
Llegamos al salón, fin del periplo y momento de hablar de cifras. Entonces el profesional, hizo estallar la carga de profundidad:
“Este salón, está bien, pero es muy alargado; si tiras este tabique y lo unes a la habitación de estudio, queda aquí un espacio fantástico, luminoso, vamos que estrenas casa nueva”.
Me eché las dos manos a la cabeza y mi dedo índice derecho estuvo a punto de ir a taladrar mi sien, pero me contuve. Dije que una mano de pintura, de la buena eso si, y se acabó el festín. “¿Cuándo empezamos?” – dije yo “Mañana (era martes) te paso el presupuesto y si estas conforme, empezamos el viernes” –dijo el. Apretón de manos y hasta mañana.
Considerando que el pasado 1 de agosto mi cuenta del banco dejó de recibir “la letra” del piso que cada mes puntualmente la dejaba temblando, decidí que tras trece años, las paredes de éste se merecían una mano de pintura, y opté por dársela.
La primera duda fue ¿dársela o que se la den?. Contacté con mis colegas mas cercan@s y tod@s ell@s coincidieron en lo mismo: que si dásela tu, que para qué te vas a gastar los cuartos, que si yo te echo una mano, que si yo lo hice y es cuestión de un pis-pás... frases todas ellas que, lejos de lograr su propósito, me colocaron justo en el lugar opuesto y busqué la ayuda de un profesional.
El profesional apareció en el presente día -3. Vino a casa, le comenté mi intención de pintar el piso en blanco, respetando el gotelé preexistente. Le insistí en que las paredes estaban intactas, solo con las señas del paso de los últimos trece años, y que el color blanco sería el adecuado para paredes y techos. El fingía escucharme mientras le decía todo esto, y se dedicaba a escudriñar cada rincón del piso: El recibidor, el cuarto de aseo, la cocina... ahí empezó, como si nada, a decirme ¿has visto esta baldosa? (una raja imperceptible la atravesaba longitudinalmente) te la cambiaré sin coste adicional y quedará perfecto.
Me gustó la idea y el detalle, sin saber que todo esto formaba parte de una trama perfectamente urdida:
Siguió pasando revista: habitación pequeña, habitación grande y al salir, rascándose la cabeza como quien no quiere la cosa dice con voz muy queda: si unes estas dos habitaciones, tirando el tabique y haciendo un arco en el centro te haría ganar espacio, luz... Yo ni caso, y seguimos viendo el estado de la cuestión. Llegamos al estudio: allí estaba mi colección de radios y discos ocupando una pared de ocho metros de longitud
Cuando la miró, vio la luz, pero como hacía la protagonista de Las mil y una noches cuando el día clareaba, discreto como era, se calló.
Llegamos al salón, fin del periplo y momento de hablar de cifras. Entonces el profesional, hizo estallar la carga de profundidad:
“Este salón, está bien, pero es muy alargado; si tiras este tabique y lo unes a la habitación de estudio, queda aquí un espacio fantástico, luminoso, vamos que estrenas casa nueva”.
Me eché las dos manos a la cabeza y mi dedo índice derecho estuvo a punto de ir a taladrar mi sien, pero me contuve. Dije que una mano de pintura, de la buena eso si, y se acabó el festín. “¿Cuándo empezamos?” – dije yo “Mañana (era martes) te paso el presupuesto y si estas conforme, empezamos el viernes” –dijo el. Apretón de manos y hasta mañana.
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