domingo, 31 de enero de 2010

DIA -2



Así estaba la pared poco antes de desaparecer definitivamente. Como quien no quiere la cosa, comenté con compañer@s de trabajo, colegas del gym y demás allegad@s mi sana intención de dar una mano de pintura al piso, eso si, la mano sería ajena, no la mía, y perdí una gran ocasión de permanecer callado, al contarles además la sugerencia del hábil profesional de tirar el tabique y hacer un espacio único con el salón y el estudio. Por una vez tod@s estaban de acuerdo: fantástica idea, ganarías luz, espacio, quedaría todo mas cuadradito... pero claro, lo malo de éstas opiniones es que no se quedan ahí, no, sino que en menos que Mortadelo se cambia de disfraz, se transforman en sugerencias. Y uno, que es como es, y no lo puede evitar, las escucha, no sin antes parapetarse en un cruce de brazos mental que impide - ¡pobre ingenuo de mi!- cualquier intento de alteración de mi idea original: paredes y techos, blancos, y fin de la historia.

Pero no, esas temidas sugerencias como los brotes de la ministra, germinan en tu cerebro, aferrándose a el como garrapatas hambrientas, y hacen que comiencen a cimbrearse los palos de tu sombraje. Sin darte cuenta, en el momento más inesperado, como las Pequeñas Cosas de Serrat, ¡zas! te asaltan, te hacen dudar de tus monolíticos e inamovibles esquemas, pero tu te plantas, tomas distancia y las rechazas de plano... o eso te crees tu.

Esa noche me desperté sobresaltado: fui hacia el salón, encendí la luz, y el tabique estaba allí. Intenté dormir de nuevo, y mi cerebro que parece reblandecerse con la edad, empezó a acariciar la idea: tampoco estaría tan mal...



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